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Toros salvajes, cristos humanos y taxistas deprimidos

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Bien es conocida la admiración de Scorsese por el cristianismo, además de ser heredero de una tradición cultural italiana, adscrita a la devoción de las figuras religiosas. Sus influencias son tan amplias que recorren diferentes disciplinas, pintura clásica como la de Jerónimo Bosch “El Bosco” y «El Cristo de Gante», Antonello de Messina en «Crucifixión»; su estética también le debe mucho a la impresionante obra cinematográfica de Pier Paolo Pasolini, más concretamente a la película El Evangelio según San Mateo (1964), y así se puede enumerar hasta la extenuación de referencias, tanto del arte religioso como de la cultura cristiana.

El cine de Scorsese nos habla del cuerpo que sufre, dando a entender que el “cuerpo herido funciona como sinónimo, como emblema de un interior quebrado. Pero este interior en conflicto necesita a su vez del sufrimiento externo, corporal, para acceder a un rango superior, para expiar sus culpas”[1]. En La última tentación de Cristo (1988) no existen solamente tres niveles distintos de interpretación escogidas de las tres fuentes de donde bebe, sino también tres formas de contar el relato que demuestran la evolución histórica del lenguaje: oral, escrito y visual.

La narración cinematográfica ha tenido que avanzar en casi más de un siglo de vida, todo lo que ha hecho la narración escrita en siglos, desde sus inicios hasta su propia autoconciencia de ser un nuevo lenguaje, con su código propio de comunicación, además de crear sus leyes y sus herramientas de trabajo. Martin Scorsese no intenta visualizar un texto escrito y mucho menos lo desea oralizar, ni dar a cada palabra su imagen correspondiente. Su objetivo es usar los recursos de un nuevo lenguaje, propio del siglo XX, para enfatizar a través de la imagen una interpretación en si misma, sin necesidad de recurrir a la palabra. Parece que La Última tentación de Cristo está fuera del universo del director, no obstante, la figura de Jesús se nos manifiesta como otro de esos antihéroes que persiguen la idea de ser fieles sobre lo que sienten, seres en perpetúo conflicto como lo fueron Travis en Taxi Driver (1976) o Jake LaMotta en Toro Salvaje (1980).

Cada individuo tiene su forma de ver/entender las cosas, en el caso de Scorsese su lectura de los libros sagrados “es la de un camino a recorrer, donde el sufrimiento va asociado a una imagen común: “la crucifixión”[2].


[1] ALBERICH, Enric, Martin Scorsese. Vivir el cine, Barcelona, Editorial Glénat, pág. 271, 2002.

[2] BALAGUE, Carlos, “Un seminarista en Hollywood. Martin Scorsese”, Segunda Parte, Estudio Dirigido por…, Barcelona, nº 164, pág, 46.