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Alien. Un pasajero diferente

Será verdad aquello que Goya dijo sobre que la razón produce monstruos, porque la época contemporánea está plagada de ellos. En ningún otro tiempo se ha producido tantos y tan variados espectros extraños, desde los superhéroes hasta los engendros deformes de cualquier experimento genético. En el planeta hay más gente extraña que normal, y no me sorprende, debido a la gran paranoia que tenemos los humanos por sentirnos únicos y diferentes del resto.

Vivimos tiempos angustiosos donde ya no hay fronteras tangibles en el que podamos diferenciar lo cotidiano de lo extraordinario. Intentamos diferenciarnos los unos a los otros, es un hecho evidente, pero el proceso de normalización barre con cualquier posibilidad de sentirse indiscriminado. Integrarse en la norma permite la aceptación, el ser igual que el otro y a la vez que diferente. Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott[1], 1979) es una poderosa metáfora sobre la convivencia con lo extraño y su impacto con lo normal. Preocupante es una sociedad que se mira al espejo y se ve adulterada –bien por exceso o por defecto-, al suponer que no se acepta a sí misma.

Alien. Obra maestra de la ciencia ficción

El hombre intenta buscar respuestas a muchas preguntas, éstas siempre son de procedencia externa casi nunca internas. El miedo a enfrentarse con lo que uno es, dota de poder a lo extraño. El siglo XX ha sido una centuria ejemplar en cuanto a la creación de respuestas externas convocando un universo no-humano que glorifica o degrada a la raza humana, estos son: alienígenas, monstruos, extraterrestres o cualquier espécimen vario que se tercie.

El valor simbólico de la película Alien me sirve de pretexto para hablar de los lugares extraños que el hombre imagina para reflejar los fantasmas que le hacen sombra. De esta manera, la película es un espacio de instantáneas sobre el terror –angustia incluida- hacia la muerte y la vida. Y lo que liga a estas dos palabras es básicamente el sexo, un lugar sagrado y hostil para la mayoría de las civilizaciones, una fuente de misterios que generan interpretaciones de toda índole.

Lo que hace de Alien una obra interesante no reside precisamente en su aparatosa puesta en escena, sino en su extremo choque de ideologías ancestrales que se cruzan en la forma de entender el sexo, por extensión la sexualidad y la procreación.

Alien, el octavo pasajero se adscribe dentro del género de ciencia ficción. Naves espaciales, planetas lejanos y desconocidos, tecnología futura e impactantes paisajes estelares se ponen al servicio de una historia que nos introduce en el maravilloso mundo del espacio exterior.

Un tipo de cine puesto de moda anteriormente por el genial Stanley Kubrick en 2001, Una odisea en el espacio (2001: A Space Odissey) allá por el año 1968. Mirar más lejos del planeta Tierra suponía poner la escala evolutiva en uno de sus mejores momentos, como así se demostró al pisar el hombre los pies en la Luna en 1969.

El mundo exterior estaba de moda en la década de los setenta, y no solo por la carrera espacial librada entre americanos y rusos, sino por su plasmación en todo el arte de fin de siglo. Preguntarse por lo que había fuera era un síntoma de búsqueda de respuestas por el significado de uno mismo.

El nacimiento de una criatura humana, o de cualquier ser, aún en estos tiempos sigue siendo una incógnita, no quiero ni imaginar la cantidad de misterios que posee ese gran desconocido universo. Tanto cuestionamiento hizo de 2001, Una odisea en el espacio una película más filosófica que práctica, un producto del optimismo operante en los Estados Unidos durante los años de la carrera espacial. Una obra en la cual Kubrick quería mostrarnos el futuro hecho imágenes, y lo que consiguió fue evidenciar la soledad humana tanto en la Tierra como en el universo.

Por otro lado, a principios de los años setenta George Lucas dirigió THX 1138 (1970) una película que reflexionaba sobre el futuro, vaticinando la prohibición de los contactos afectivos y sexuales entre humanos. El mundo plasmado en la película es de una uniformidad pasmosa, en el que la sociedad que describe demanda protección, conformismo y seguridad por parte de un estado que controla todo.

THX 1138 de George Lucas

Ambas películas, 2001, Una odisea en el espacio y THX 1138, son dos formas de entender el género de la ciencia ficción que evidencian en su discurso cierto alejamiento del “realismo”, negando así una complicidad con el espectador necesaria para delatar una evidencia del presente. Estas películas fijaron los códigos o normas que todo cine posterior debía de contener para pertenecer al género galáctico como: naves espaciales pulcras y blancas, tecnología de última generación o minimalismo decorativo. Obras abstractas, perfectas, pero alejadas de los parámetros reales para que los hombres ubiquemos el futuro en un entorno reconocible.

Alien, en este sentido, a pesar de ser una película que hable sobre el espacio exterior y la acción transcurra en una nave sucia y grasienta, sus personajes dialogan sobre aumentos de sueldos, mejoras en la calidad de vida y reformas laborales. Aspectos básicos de unos protagonistas que ansían vivir mejor antes que buscar explicaciones de su existencia.

Por ello, afirmo que Alien es una obra primaria y muy básica. Primaria por ser una película despreocupada de toda etiqueta existencial, religiosa o filosófica, conceptos que si existen en 2001 o THX 1138, para acercarse a un mundo donde sus personajes buscan sobrevivir en un medio problemático. Y básica, por aproximarse al género de acción con todo lo que esto conlleva; argumento lineal, abundancia de imágenes explícitas, violencia y varias tramas abiertas.

Nostromo es el nombre de la nave comercial espacial en la que viajan siete tripulantes. A su regreso a la Tierra son alertados de un mensaje desconocido en un planeta cercano. Allí encuentran a un ser alienígena que intenta perpetuarse como especie a toda costa. Para cumplir esta misión será necesario que la forma extraña de vida use los cuerpos humanos como espacios embrionarios externos. Aunque no se ve explícitamente en la película[2], queda manifiestamente claro que el objetivo alienígeno no es matar, su fin es resistirse a su extinción como especie.

La teniente Ripley (Sigourney Weaver) es la auténtica e indiscutible protagonista de Alien. Ridley Scott combina el cine de ciencia ficción heredero de la estética fría y metálica de autores como Kubrick y Lucas, para pasar de lo metafísico al escapismo y a la aventura espacial sin perder un ápice de autenticidad. Aunque no es simplicidad todo lo que nos quiere contar el director con esta película, existe un extraño vínculo entre lo humano e inhumano, en otras palabras, entre el hombre y el monstruo.

El argumento no es exclusivamente matar al ser alienígena, sino interrogarse sobre los procesos de la vida y la muerte.

Genéticamente todos los seres vivos buscan consolidarse y mantenerse con vida, en otras palabras, sobrevivir el mayor tiempo posible, haciendo todo cuanto puedan para evolucionar y perfeccionarse.

A finales de los años setenta no era muy normal encontrar mujeres liderando películas con predisposición a ser comerciales. El prototipo de héroe era básicamente masculino. Pensar en una mujer para realizar cine de acción era algo inconcebible para la época. De esta manera, Ridley Scott puso en marcha la moda de fomentar heroínas como así se constata en sus siguientes trabajos: Susan Sarandon en Thelma y Louise (Thelma and Louise, 1991) o Demi Moore en La Teniente O´Neil (G.I. Jane, 1997). El papel de la mujer en el cine comercial quizás se ha relegado a proyectar los valores tradicionales masculinos como la competitividad, agresividad o valentía. Infravalorando la aportación diferente y necesaria de los aspectos femeninos.

El alienígena no es un pasajero diferente a lo que puede ser la teniente Ripley, ambos son dos especies que luchan por imponerse, sobreviviendo en un mundo competitivo y adverso. Dos seres que toman conciencia de lo que son gracias a su rivalidad. De pronto, lo que resultaba extraño y distante, se nos revela cercano. Comprendemos al monstruo porque en cierta medida se entiende su actuación.

El diseñador/creador de Alien es el suizo Hans Rudi Giger, un artista polifacético cuya mayor obsesión se concentra en el sexo, en la relación de la tecnología y su fusión con el cuerpo humano, además de reflexionar sobre el miedo al nacimiento y a la muerte. Toda su obra entronca en una inmensa tradición de dar un aire de misterio a la maternidad, como principio generador de perpetuación de la especie.

Alien es una poderosa metáfora sobre la supervivencia

Es indudable que desde esta perspectiva Alien, el octavo pasajero sea una poderosa metáfora sobre la maternidad. La teniente Ripley intenta protegerse de la muerte, pero el alienígena también. Ambos son la resistencia de un mundo que parece terminar; en el caso de Ripley está en juego su vida, en el monstruo la extinción de su especie y su descendencia.

La estética mecánica, grisácea, industrial y oscura que imprime Ridley Scott en esta película es producto de una reflexión en torno la relación tecnología y el hombre. Dar un carácter tan biológico a una obra de unas dimensiones tan tecnológicas, pone de relieve la alta humanidad que opera detrás de cada proceso industrial, o por lo menos manifiesta su preocupación.

La nave comercial Nostromo, los artilugios médicos, así como el ordenador central llamado curiosamente Madre, encubren una artificial sensación de describir espacios inhumanos, todo lo contrario si se analiza la intencionada contradicción entre la estética y la finalidad de la película.

Dos especies que luchan por imponerse en un territorio altamente tecnificado, choca con un argumento que pretende reforzar la idea del misterio de la vida. Y por mucho que la tecnología sea inteligente, es un producto mecánico, y como bien se sabe, las máquinas no cubren los aspectos humanos. Son incapaces de reproducir especies, no dan amor ni cariño y son dependientes del hombre.

Esta ambivalencia es clave para la correcta interpretación de Alien, el octavo pasajero, ya que en ella se evidencian los temores humanos hacia los misterios que la ciencia no puede responder. Del extraño ser hallado en un planeta fuera del Sistema Solar se pasa a la comprensión de su humanidad monstruosa, y al compararlo con la raza humana se tiene la sensación de que son distintos por fuera, pero iguales por dentro.

[1] Ridley Scott (South Sields, Inglaterra, 1939) inició su carrera cinematográfica con Los duelistas (1977), también ha trabajado dentro del mundo de la televisión y la publicidad. Su reconocimiento dentro de la gran industria americana vendría precedido por obras como Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991) o El Gladiador (2000).

[2] En la versión cinematográfica de Alien, el octavo pasajero (1979) no existe ninguna referencia donde se nos muestre a los cuerpos protagonistas muertos usados como matriz. No obstante, en la versión de DVD de la edición 20 Aniversario (2000) aparecen unas escenas suprimidas en las que ponen de relevancia esta cuestión, y que finalmente no entraron en la versión cinematográfica por resultar demasiado evidentes.