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El amor es el demonio: Francis Bacon

LA IRONÍA DE LA MALDAD*

*Escrito por Ángel Román y Begoña Sendino

Francis Bacon y la agonía de su creación

“… sólo intento construir imágenes partiendo directamente de mi sistema  nervioso y con la mayor exactitud posible. No sé siquiera lo que significan la mitad de ellas. Yo no quiero decir nada.” Francis Bacon

El amor es el demonio de John Maybury

Acercarse a la pintura desde la óptica del cine sirve, entre otras cosas, para indagar en el proceso creativo del artista y realizar un simulacro de lo que pudiera ser su cosmovisión única. Sobre estos parámetros la película El Amor es el Demonio (Estudio para un retrato de Francis Bacon) (Love is the Devil, 1999), dirigida por John Maybury, se centra en la vida y obra del pintor irlandés Francis Bacon.

No es fácil dotar de palabra a los cuadros de Bacon y mucho menos a las sensaciones que de ellos se desprenden, pero en El Amor es el Demonio se intenta describir el universo violento baconiano, donde amar y crear son dos términos que parecen opuestos, y más si vienen potenciados por el dolor, vistos desde el dolor, y es esta la materia de la que están hechos sus cuadros, desde la que se ordenan. Óleo y lienzo se combinan con el lenguaje cinematográfico de forma espléndida. John Maybury enlaza en una confusión premeditada la dulce amargura de la creación con la cotidianidad.

La biografía de Francis Bacon nos desvela a un hombre que combina el dolor y el placer, el amor y la tortura hasta trasmutarlos en acto creativo vivo por sí mismo. El proceso es una profunda contradicción, aquella en la que el Arte es el sufrimiento que te invade, el dolor que se impone por su verdad física y emocional.

La biografía de Francis Bacon por John Maybury

La película nos instala en 1971, época que coincide con la gran exposición retrospectiva de Francis Bacon en el Grand Palais de París y con la muerte de su amante George Dyer. Desde ese instante hace un flashback hasta el momento en el que ambos se conocen. Durante este recorrido se ve el rostro más amargo del hombre que cubre a Francis Bacon, como hombre-creador y como hombre-amante. Si un artista tiene que superar la realidad transgrediéndola en un intento de romper las normas establecidas, no limitándose, ni cuestionándose si es ética o moralmente social, Bacon parece no poner freno a su libertad creativa. De una forma u otra, la idea que nos susurra el Director es que Francis Bacon está por encima de cualquier convencionalismo, y así establece la libertad como un medio del Arte, y no como su fin.[1]

Roland Barthes describía de la siguiente manera la pintura baconiana “el espacio en el que respiramos y el tiempo en el que vivimos aquí y ahora: eso es lo que, casi sin excepción, hallamos en los cuadros de Bacon, que parecen tender hacia la expresión inmediata de algo inmediato… Hacen que el observador se sienta como si estuviera allí (dentro del cuadro, y no simplemente frente a él).”[2] Y de esta forma se representa a Francis Bacon en la película como un individuo sometido al yugo de la contemplación de sí mismo para anularse, para intensificar los sentidos y que no se le escape nada de cada instante. Este deseo le lleva, sin embargo, a la desmesura, al tormento de pervertir su mirada ante la imposibilidad de discernir entre la apariencia y la realidad, sin la posibilidad de escapar y tomar otras formas.

Francis Bacon el pintor irlandés

El resultado es la rendición ante su propia fantasía; Bacon se abandona al furor creativo[3] y la condena del pintor reside, precisamente, en la pena, en el castigo de ver la realidad a través de una violencia visceral, en la búsqueda incesante no de la herida, si no lo que permanece tras la herida[4], de entender el dolor como la sombra de la vida. Sin embargo, debemos comprender que lo que Bacon hace no es sino utilizar la ironía como instrumento de comprensión de una realidad que él mismo ha creado ante la vacuidad de la apariencia y cuyo fin será la catarsis final, la belleza del dolor.

No hay belleza sin dolor. Esto es lo que viene a decirnos Francis Bacon  con sus pinturas, de la misma manera que André Breton proclamaba con el surrealismo que “la belleza o bien será convulsiva o bien no existirá.

En la práctica, la heurística baconiana trasluce la obsesión por la figura humana, por buscarle nuevos significados, y para ello se aleja de la abstracción pictórica permitiendo el reencuentro de la figuración con el arte moderno. Pero este alejamiento no llega a ser real, puesto que ante lo que nos enfrentamos es a la deformación humana en un intento de búsqueda de la esencia del ser a través de su mirada única. De esta manera, la forma surge ante el artista, se “des-vela” y le domina, en ella se proyecta la mirada y las emociones, sin que la razón pueda ordenar aquello que ya era incontrolable antes de nacer.[5]

Estudio sobre Velázquez del pintor Francis Bacon

El Amor es el Demonio representaría la agonía de su proceso creativo, esa extraña belleza del dolor calibrado a través del  sufrimiento y la soledad propia o ajena;   por eso el demonio es el amor, porque junto a él se comprende el desgarro del dolor de haber amado, de la herida que el propio Bacon ocasiona y produce en su amante, George Dyer, mostrándonos una doble cara del amor y del odio, de la destrucción y la creación, del placer y del sufrimiento.

[1] Postulado que podemos encontrar ya en referentes como Shakespeare o Víctor Hugo.

[2] SINCLAIR Andrew, Francis Bacon. Su vida en una época de violencia, Circe Ediciones S. A., Barcelona, 1995, p. 232.

[3] Al “spleen” de Baudelaire.

[4] Para más información a este respecto ver el artículo Francis Bacon. El pintor  de la tragicomedia moderna de Rafael Argullol y publicado en la revista “Claves de la Razón Práctica”, Septiembre 1992, Número 25.

[5] “…toda pintura (y a medida que me hago más viejo, más aún) es accidente. Sí, lo preveo mentalmente, lo preveo, y sin embargo casi nunca lo realizo tal como lo preveo. El cuadro se trasforma por sí solo en el proceso de elaboración…y tal como trabajo, no sé en realidad muchas veces en qué acabará”, Francis Bacon citado según SYLVESTER David, “Entrevistas con Francis Bacon”, Edit. Polígrafa, Barcelona, 1977. Es importante el paralelismo que se muestra entre el proceso creativo de Francis Bacon y la teoría estética de Miguel Ángel, artista al cual admiraba.