Olvídate de mí de Michel Gondry

Algunas veces los recuerdos se vuelven insoportables y necesitan borrar sus huellas para esquivar sus posibles cicatrices. Normalmente aquellos hechos negativos como la muerte o la ausencia de amor son los que se intentan ocultar. Evitar el shock de lo real, en otras palabras, quitarse de la mente los elementos que confrontan una realidad que no deseamos desvelar es el objeto de un análisis que se quiere constatar con la película ¡Olvídate de mi! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), la segunda obra dirigida por el prestigioso creador francés Michel Gondry.

Cuando el dolor se vuelve visible, intentamos hacerlo invisible, indoloro e inexistente. Alguien te deja y parece que todo se viene abajo, formulado un mundo sin sentido. Desde ésta perspectiva tan humana y antigua, el director aguanta una historia que soporta el abandono de un amor que mutiló la felicidad por el silencio.

¡Olvídate de mí! conspira un sentimiento que parte de la negación del amor para afirmarlo finalmente. La pareja protagonista formada por Jim Carrey y Kate Winslet es la constatación de una emoción incontrolada que materializa su deseo de querer. Ellos son la afirmación de un hecho indiscutible, y es que están enamorados y no quieren evitarlo, mucho menos olvidarlo.

La memoria es tan frágil que solamente con el recuerdo se puede fijar una y otra vez. Somos lo que somos por lo que recordamos, el resto queda fuera del límite de nuestra identidad. El empeño de los humanos por recordar radica en que subraya nuestra individualidad. No hay nada tan humano como la memoria, en ella se esconde la definición de lo que somos. A veces un recuerdo se nos presenta de una forma impensable e inesperada, se nos aproxima como un pasado que se quiere hacerse presente, es como si el mismo recuerdo tuviera la necesidad de reinterpretarse de una manera infinita y sin posibilidad de extinguirse.

Olvídate de mí de Michel Gondry

La condición humana está ligada a la memoria. En este sentido hay una película capital en la historia del cine y que plantea una pregunta fundamental: ¿qué es lo que define lo humano? La película a la que me refiero es Blade Runner (Ridley Scott, 1982) e indaga en los aspectos menos explorados de la relación entre lo humano y lo no-humano como robots, androides y demás seres artificiales que intentan asemejarse al aspecto humano. ¿Qué finalidad tiene representar lo artificial con apariencia humana? y ¿por qué?

Demasiadas preguntas se intentan responder en Blade Runner, pero sólo una resume su significado, sirviendo de conclusión, la memoria es lo que  verdaderamente designa lo humano. Perder los recuerdos sería como desposeerse de lo humano, vivir con la angustia de no saber quien somos, además de hacer viable una orfandad de nuestra identidad.

Michel Gondry es todo un especialista en potenciar la fantasía al límite del desbordamiento, lo sabemos por sus anteriores trabajos para gente tan importante como Björk, Beck o The White Stripes. Su cámara persigue un recorrido muy preciso y consiste en retratar la imaginación de la forma más genuina, situando a sus personajes en una dimensión única, ser espectadores de su propia locura.

En la película ¡Olvídate de mi! Jim Carrey crea a su personaje más auténtico, comedido y acertado, sobrecogido por el dolor de no sentirse amado. El  director sabe aprovechar este bache emocional del protagonista para abrir un argumento que cuestione los lazos de pareja y su razón de ser. El desamor del protagonista se le quiere quitar de la cabeza a base de perder los recuerdos que le añoran a la persona amada. Gondry lo explica con la máxima audacia y atrevimiento visual al descomponer la realidad en fragmentos, permitiendo borrar aquellos elementos que perturban nuestra mente y que deseen ser eliminados.

Existe una deconstrucción de los procesos emocionales en esta película, para desvelar otros que ayuden a los sujetos a superar una pérdida o una tragedia.

Eternal Sunshine of the Spotless Mind

Los recuerdos son vulnerables al cambio. El tiempo y la memoria hacen posible que puedan ser recordados de manera distinta, en algunas ocasiones mejores, en otras peores. Olvidar es quitar o restar de nuestra memoria un recuerdo, borrar de un plumazo el hecho que nos hace daño o hiere. En definitiva, olvidar es suprimir la sangre que supura en la experiencia en la herida de la vida. El amor (mejor dicho, el desamor) y la muerte son la fuente de inspiración del olvido, son conceptos que duelen, quizás por lo irremediable de su significado.

Cuando alguien dice: “ya no te quiero”, el impacto sufrido por el receptor es brutal, primero por lo inesperado de la frase y segundo por implicar una negación o rechazo. El horror, por pequeño que sea, ni se muestra ni se exhibe, se oculta para evitar ser mirado.

Joel (Jim Carrey) inicia una estupenda relación sentimental con una chica llamada Clementine (Kate Winslet), con el paso de los meses el amor que se tenían se va apagando por causa de la monotonía. Este es el comienzo de una historia planteada desde la azotea de una cabeza atormentada por vivir la experiencia amorosa desde el balcón de la cotidianeidad. La pasión desbordada tropieza con el quehacer diario, es como si el amor no tuviera lugar o no encajara con los pelos del lavabo, los platos sucios o la ropa en el tendedero. Es en el momento más bajo de su relación cuando Clementine decide ir a un especialista de borrar los recuerdos, para eliminar cualquier elemento que denote haber conocido a Joel.

No hay peor crueldad que la de ver el deterioro de una relación sentimental, los sujetos amados ahora son odiados, y donde hubo amor reside después el rencor y los reproches. Olvidar es una forma de esquivar el dolor y la realidad que subyace en todo proceso de degeneración emocional.

El director, Michael Gondry, podría haber realizado una película de amores desconsolados, construida sobre las torpes artimañas de los protagonistas para salvar su relación. En cambio el realizador ha apostado por imprimir un toque de comedia a un drama con una fuerza imaginativa que desborda cualquier referente. El guionista Charlie Kaufman es la segunda vez que colabora con el director. La primera fue con Human Nature (2001).

El binomio Gondry-Kaufman funciona extraordinariamente al dotar de la palabra de Kaufman una posibilidad de ser imagen en Gondry. Nada escapa al azar en estos creadores, su universo consiste en atrapar realidades capaces de generar emociones. Por ello no es extraño encontrar situaciones que especulen más allá de los simulacros reales.

¡Olvídate de mí! es algo así como la segunda oportunidad para el reencuentro, otra forma de contar una historia. Su puesta en escena tan simple y desaliñada muestra la evidencia de su propuesta, sincera, caótica e impulsiva.

Hasta donde se sabe la tecnología no ha podido borrar los recuerdos, por ello el invento del Dr. Howard Mierzwaik (Tom Wilkinson) en la película es más bien un pretexto para poner en funcionamiento una serie de mecanismos dentro de la trama, que una fuente de verdad científica. El sistema utilizado por el doctor para suprimir los recuerdos parte de un sencillo borrado de aquellos hechos que relacionen los recuerdos con la persona a olvidar, gracias a un escáner mental de recuerdos. Primero Clementine borra de su memoria a Joel. Después Joel hace lo propio con Clementine. Borrados ambos de sus respectivos mundos intentarán buscar a cualquier precio su conexión.

La mente es un espacio insospechado, insobornable e insondable. El Dr. Howard se atreve a experimentar con ello como si se tratase de un juego de niños, no obstante, no es consciente de las consecuencias que puede ocasionar mover (ya sea por ausencia o por traslado) los recuerdos. Los humanos olvidamos para escapar de la obsesión, pero algunas veces ésta se torna en una maravillosa locura.

En ¡Olvídate de mí! los personajes no pueden escapar, y mucho menos olvidar, de lo que sienten. Es como si el amor entre Clementine y Joel estuviera por encima de todo proceso cognitivo, un amor loco sin reglas ni leyes que lo sometan. Ellos formulan una realidad inquietante que va más allá del inicio/desarrollo/final de una relación amorosa, sino que cuestiona las normas desde su nacimiento. En otras palabras, ellos no son fruto de la casualidad, sino de la determinación. Por mucho que intenten escapar de sus recuerdos, siempre habrá algo que les haga recordar a la persona que amaron. Y creo que aquí reside el acierto del director al mostrarnos que no todo es negación en un proceso de amor/desamor, no todo es destrucción y vacío. Michael Gondry viene a decirnos que los humanos estamos, tautológicamente hablando, condenados a amar, es más, cuando amamos a una persona lo hacemos de manera repetida y cíclica. Se puede cambiar de rostro o de nombre, pero nunca se olvidará de por qué se le ama.

Imágenes de Olvídatede mí de Michel Gondry

Algunas veces los recuerdos se vuelven insoportables y necesitan borrar sus huellas para esquivar sus posibles cicatrices. Normalmente aquellos hechos negativos como la muerte o la ausencia de amor son los que se intentan ocultar. Evitar el shock de lo real, en otras palabras, quitarse de la mente los elementos que confrontan una realidad que no deseamos desvelar es el objeto de un análisis que se quiere constatar con la película ¡Olvídate de mi! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004), la segunda obra dirigida por el prestigioso creador francés Michel Gondry.

Cuando el dolor se vuelve visible, intentamos hacerlo invisible, indoloro e inexistente. Alguien te deja y parece que todo se viene abajo, formulado un mundo sin sentido. Desde ésta perspectiva tan humana y antigua, el director aguanta una historia que soporta el abandono de un amor que mutiló la felicidad por el silencio.

¡Olvídate de mí! conspira un sentimiento que parte de la negación del amor para afirmarlo finalmente. La pareja protagonista formada por Jim Carrey y Kate Winslet es la constatación de una emoción incontrolada que materializa su deseo de querer. Ellos son la afirmación de un hecho indiscutible, y es que están enamorados y no quieren evitarlo, mucho menos olvidarlo.

La memoria es tan frágil que solamente con el recuerdo se puede fijar una y otra vez. Somos lo que somos por lo que recordamos, el resto queda fuera del límite de nuestra identidad. El empeño de los humanos por recordar radica en que subraya nuestra individualidad. No hay nada tan humano como la memoria, en ella se esconde la definición de lo que somos. A veces un recuerdo se nos presenta de una forma impensable e inesperada, se nos aproxima como un pasado que se quiere hacerse presente, es como si el mismo recuerdo tuviera la necesidad de reinterpretarse de una manera infinita y sin posibilidad de extinguirse.

La condición humana está ligada a la memoria. En este sentido hay una película capital en la historia del cine y que plantea una pregunta fundamental: ¿qué es lo que define lo humano? La película a la que me refiero es Blade Runner (Ridley Scott, 1982) e indaga en los aspectos menos explorados de la relación entre lo humano y lo no-humano como robots, androides y demás seres artificiales que intentan asemejarse al aspecto humano. ¿Qué finalidad tiene representar lo artificial con apariencia humana? y ¿por qué?

Demasiadas preguntas se intentan responder en Blade Runner, pero sólo una resume su significado, sirviendo de conclusión, la memoria es lo que  verdaderamente designa lo humano. Perder los recuerdos sería como desposeerse de lo humano, vivir con la angustia de no saber quien somos, además de hacer viable una orfandad de nuestra identidad.

Michel Gondry es todo un especialista en potenciar la fantasía al límite del desbordamiento, lo sabemos por sus anteriores trabajos para gente tan importante como Björk, Beck o The White Stripes. Su cámara persigue un recorrido muy preciso y consiste en retratar la imaginación de la forma más genuina, situando a sus personajes en una dimensión única, ser espectadores de su propia locura.

En la película ¡Olvídate de mi! Jim Carrey crea a su personaje más auténtico, comedido y acertado, sobrecogido por el dolor de no sentirse amado. El  director sabe aprovechar este bache emocional del protagonista para abrir un argumento que cuestione los lazos de pareja y su razón de ser. El desamor del protagonista se le quiere quitar de la cabeza a base de perder los recuerdos que le añoran a la persona amada. Gondry lo explica con la máxima audacia y atrevimiento visual al descomponer la realidad en fragmentos, permitiendo borrar aquellos elementos que perturban nuestra mente y que deseen ser eliminados. Existe una deconstrucción de los procesos emocionales en esta película, para desvelar otros que ayuden a los sujetos a superar una pérdida o una tragedia.

Los recuerdos son vulnerables al cambio. El tiempo y la memoria hacen posible que puedan ser recordados de manera distinta, en algunas ocasiones mejores, en otras peores. Olvidar es quitar o restar de nuestra memoria un recuerdo, borrar de un plumazo el hecho que nos hace daño o hiere. En definitiva, olvidar es suprimir la sangre que supura en la experiencia en la herida de la vida. El amor (mejor dicho, el desamor) y la muerte son la fuente de inspiración del olvido, son conceptos que duelen, quizás por lo irremediable de su significado. Cuando alguien dice: “ya no te quiero”, el impacto sufrido por el receptor es brutal, primero por lo inesperado de la frase y segundo por implicar una negación o rechazo. El horror, por pequeño que sea, ni se muestra ni se exhibe, se oculta para evitar ser mirado.

Joel (Jim Carrey) inicia una estupenda relación sentimental con una chica llamada Clementine (Kate Winslet), con el paso de los meses el amor que se tenían se va apagando por causa de la monotonía. Este es el comienzo de una historia planteada desde la azotea de una cabeza atormentada por vivir la experiencia amorosa desde el balcón de la cotidianeidad. La pasión desbordada tropieza con el quehacer diario, es como si el amor no tuviera lugar o no encajara con los pelos del lavabo, los platos sucios o la ropa en el tendedero. Es en el momento más bajo de su relación cuando Clementine decide ir a un especialista de borrar los recuerdos, para eliminar cualquier elemento que denote haber conocido a Joel.

No hay peor crueldad que la de ver el deterioro de una relación sentimental, los sujetos amados ahora son odiados, y donde hubo amor reside después el rencor y los reproches. Olvidar es una forma de esquivar el dolor y la realidad que subyace en todo proceso de degeneración emocional.

El director, Michael Gondry, podría haber realizado una película de amores desconsolados, construida sobre las torpes artimañas de los protagonistas para salvar su relación. En cambio el realizador ha apostado por imprimir un toque de comedia a un drama con una fuerza imaginativa que desborda cualquier referente. El guionista Charlie Kaufman es la segunda vez que colabora con el director. La primera fue con Human Nature (2001).

El binomio Gondry-Kaufman funciona extraordinariamente al dotar de la palabra de Kaufman una posibilidad de ser imagen en Gondry. Nada escapa al azar en estos creadores, su universo consiste en atrapar realidades capaces de generar emociones. Por ello no es extraño encontrar situaciones que especulen más allá de los simulacros reales.

¡Olvídate de mí! es algo así como la segunda oportunidad para el reencuentro, otra forma de contar una historia. Su puesta en escena tan simple y desaliñada muestra la evidencia de su propuesta, sincera, caótica e impulsiva.

Hasta donde se sabe la tecnología no ha podido borrar los recuerdos, por ello el invento del Dr. Howard Mierzwaik (Tom Wilkinson) en la película es más bien un pretexto para poner en funcionamiento una serie de mecanismos dentro de la trama, que una fuente de verdad científica. El sistema utilizado por el doctor para suprimir los recuerdos parte de un sencillo borrado de aquellos hechos que relacionen los recuerdos con la persona a olvidar, gracias a un escáner mental de recuerdos. Primero Clementine borra de su memoria a Joel. Después Joel hace lo propio con Clementine. Borrados ambos de sus respectivos mundos intentarán buscar a cualquier precio su conexión.

La mente es un espacio insospechado, insobornable e insondable. El Dr. Howard se atreve a experimentar con ello como si se tratase de un juego de niños, no obstante, no es consciente de las consecuencias que puede ocasionar mover (ya sea por ausencia o por traslado) los recuerdos. Los humanos olvidamos para escapar de la obsesión, pero algunas veces ésta se torna en una maravillosa locura.

En ¡Olvídate de mí! los personajes no pueden escapar, y mucho menos olvidar, de lo que sienten. Es como si el amor entre Clementine y Joel estuviera por encima de todo proceso cognitivo, un amor loco sin reglas ni leyes que lo sometan. Ellos formulan una realidad inquietante que va más allá del inicio/desarrollo/final de una relación amorosa, sino que cuestiona las normas desde su nacimiento. En otras palabras, ellos no son fruto de la casualidad, sino de la determinación. Por mucho que intenten escapar de sus recuerdos, siempre habrá algo que les haga recordar a la persona que amaron. Y creo que aquí reside el acierto del director al mostrarnos que no todo es negación en un proceso de amor/desamor, no todo es destrucción y vacío. Michael Gondry viene a decirnos que los humanos estamos, tautológicamente hablando, condenados a amar, es más, cuando amamos a una persona lo hacemos de manera repetida y cíclica. Se puede cambiar de rostro o de nombre, pero nunca se olvidará de por qué se le ama.

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